El Índice de Confianza en el Gobierno, que elabora la Universidad Torcuato Di Tella, registró en septiembre una caída del 8,2 %, ubicando el índice en 1,94 puntos. No es un simple bache coyuntural. Es el reflejo de un malestar profundo, que combina la crisis económica con una creciente falta de credibilidad en todo el arco oficialista.
Lo más preocupante es que, mientras esa confianza se desploma, la oferta electoral no se modifica. No aparecen nuevas opciones dentro del oficialismo, ni liderazgos capaces de renovar expectativas. Y sin alternativas creíbles, el desencanto crece y se traduce en una desconexión cada vez mayor entre la ciudadanía y quienes gobiernan.
En la provincia de Buenos Aires lo vimos claramente en las últimas elecciones. La Primera Sección Electoral dejó dos fenómenos que conviven en tensión: por un lado, el peronismo, con Axel Kicillof consolidado a nivel provincial y Gabriel Katopodis encabezando en la sección, logró una victoria. Pero la gran pregunta que queda flotando es si se trató de un triunfo de construcción política o de un voto rechazo frente a la crisis y la falta de opciones competitivas.
Otro dato clave fue la baja participación electoral. En un territorio históricamente movilizado, el ausentismo refleja un cansancio profundo: la política dejó de ser vista como una herramienta real de transformación. Cada vez más vecinos sienten que su voto ya no cambia nada y que las promesas se diluyen frente a las urgencias de todos los días.
Ese votante descreído, que se siente lejos de la política, hoy prioriza lo que ocurre en su casa y en su barrio: el trabajo que falta, el salario que no alcanza, la changa que se perdió, la inseguridad en la esquina. Esa agenda de “la micro”, la de la vida cotidiana, es la que marca el pulso real de la provincia y del país. Y, al mismo tiempo, es una agenda productiva que está vacante en el país: nadie la toma con seriedad ni la convierte en motor de un nuevo proyecto nacional.
Los dirigentes de La Libertad Avanza enfrentan ahora un desafío enorme: cómo sostener un espacio que, por el momento, perdió expectativas en medio de la crisis económica y política. Pero sería un error pensar que este desgaste afecta solo al oficialismo. La depreciación de la política como herramienta de cambio atraviesa a todas las fuerzas y obliga a repensar liderazgos, narrativas y formas de militancia.
En definitiva, la provincia de Buenos Aires vuelve a ser el termómetro. Allí se reflejan tanto las fortalezas del oficialismo como las debilidades de la oposición. Pero sobre todo, allí se expresa un electorado que se siente cada vez más distante. El gran desafío que tenemos por delante es cómo volver a interpelar a esa mayoría silenciosa que ya no cree en los discursos, pero que sigue esperando soluciones concretas.
Desde Transformemos Marcos Paz, asumimos ese desafío: construir una política que vuelva a estar cerca de la gente, que hable de lo que pasa en cada barrio y que se anime a transformar la realidad desde lo productivo, lo social y desde la comunidad. Esa es nuestra apuesta: demostrar que otra política es posible.