En un nuevo movimiento que profundiza el perfil económico del Gabinete, el presidente Javier Milei designó a Pablo Quirno como nuevo canciller de la Nación, en reemplazo de Gerardo Werthein, quien presentó su renuncia días antes de las elecciones legislativas. La decisión fue confirmada por la Oficina del Presidente y representa un giro estratégico: por primera vez en décadas, la Cancillería quedará en manos de un funcionario sin trayectoria diplomática, pero con fuerte anclaje en el mundo financiero.
Quirno, economista formado en la Universidad de Pensilvania y con más de 17 años de experiencia en JP Morgan, es considerado un alfil clave de Luis “Toto” Caputo, actual ministro de Economía. Su desembarco en el Palacio San Martín busca alinear la política exterior con la agenda de apertura comercial y atracción de inversiones, en sintonía con la visión promercado que impulsa el oficialismo.
La llegada de Quirno también responde a una necesidad interna del Gobierno: consolidar el poder del equipo económico en áreas estratégicas. Su reciente participación en las negociaciones con el Tesoro de Estados Unidos y su rol en la Secretaría de Finanzas lo posicionaron como un interlocutor confiable ante los organismos multilaterales y los mercados internacionales.
Desde el oficialismo destacan que su perfil técnico y su red de contactos en el sistema financiero global serán claves para impulsar acuerdos bilaterales, atraer inversiones y reposicionar a la Argentina en el escenario internacional. En ese sentido, su designación es leída como un gesto hacia los mercados y una señal de continuidad en la conducción económica del país.
La salida de Werthein, empresario y exembajador en Estados Unidos, se da en medio de una serie de cambios en el Gabinete que podrían continuar tras las elecciones. La incorporación de Quirno refuerza la idea de un Gabinete con lógica CEO, donde la gestión pública se piensa desde parámetros de eficiencia, apertura y racionalidad fiscal.
Con este movimiento, Milei apuesta a una diplomacia económica sin intermediarios, donde el canciller no solo represente al país ante el mundo, sino que también funcione como pieza clave en la arquitectura financiera del Gobierno. La política exterior, en este esquema, deja de ser un espacio de representación tradicional para convertirse en una herramienta de gestión económica y posicionamiento geopolítico.