En la Alemania nazi, hablar significaba arriesgarlo todo. La represión, la censura y el miedo habían silenciado a casi toda la sociedad, pero un pequeño grupo de estudiantes universitarios se negó a aceptar la brutalidad del régimen sin luchar. No tenían armas, no pertenecían a una organización clandestina armada, ni conspiraban desde la sombra. Su resistencia se basaba en algo que los nazis temían profundamente: la palabra escrita.
Se hacían llamar La Rosa Blanca y su misión era simple pero peligrosa: despertar la conciencia de sus compatriotas. Desde 1942, distribuyeron panfletos en distintas ciudades alemanas, denunciando los crímenes de Hitler, la persecución de los judíos y la guerra que estaba destruyendo Europa. Sus integrantes eran en su mayoría estudiantes de la Universidad de Múnich, encabezados por Hans y Sophie Scholl , junto con Christoph Probst, Willi Graf y Alexander Schmorell . Aunque sabían que sus actos podían costarles la vida, estaban convencidos de que guardar silencio los convertiría en cómplices.
Palabras como resistencia
Los panfletos de La Rosa Blanca no eran simples llamados a la rebelión; Contiene argumentos filosóficos, morales y políticos contra el nazismo. Citaban a grandes pensadores como Goethe y Schiller, además de criticar abiertamente las atrocidades del régimen. "El pueblo alemán debe levantarse contra la tiranía" , escribieron en uno de sus textos. En otro, condenaron la matanza de judíos en los territorios ocupados del Este y la pasividad de los ciudadanos alemanes ante la violencia del régimen.
En una época donde la propaganda nazi dominaba todos los medios y cualquier forma de oposición era aplastada, distribuir estos mensajes era un acto de valentía suicida. Si los atrapaban, no habría piedad.
El error que vendió su destino.
El 18 de febrero de 1943, Hans y Sophie Scholl llevaron una gran cantidad de panfletos a la Universidad de Múnich. Recorrieron los pasillos dejando copias en bancos, escaleras y ventanas. Pero antes de salir, Sophie hizo algo que la historia recordaría: subió al último piso y arrojó un puñado de panfletos desde lo alto.
Las hojas volaron, cayendo como una lluvia de resistencia sobre el suelo del edificio. Fue un gesto simbólico, casi poético. Pero también un error fatal. El conserje de la universidad los vio y los denunciados de inmediato. Minutos después, la Gestapo los detuvo.
Interrogatorios, tortura y juicio exprés
La brutalidad de la Gestapo no tardó en manifestarse. Hans y Sophie fueron separados, golpeados e interrogados durante horas. Querían nombres, información sobre otros miembros de La Rosa Blanca. No traicionaron a nadie.
Al día siguiente, la policía secreta nazi capturó a Christoph Probst, otro de los miembros del grupo, tras encontrar un panfleto escrito de su puño y letra. El destino de los tres estaba sellado.
El 22 de febrero de 1943 , se celebró un juicio farsa dirigido por Roland Freisler , el despiadado juez del Tribunal del Pueblo Nazi. No hubo defensa, no hubo posibilidad de apelar. La sentencia fue anunciada con la frialdad de quien dicta una orden rutinaria: pena de muerte por traición.
Una muerte sin arrepentimiento
Ese mismo día, en el patio de la prisión de Stadelheim, Hans Scholl, Sophie Scholl y Christoph Probst fueron ejecutados con la guillotina. Hans, segundos antes de que la cuchilla cayera sobre su cuello, gritó con fuerza: "¡Viva la libertad!" .
Tenían 21, 23 y 24 años. Tenían sueños, aviones, una vida por delante. Pero en la Alemania de Hitler, decir la verdad significaba morir.
El impacto de su sacrificio
La Rosa Blanca no desapareció con la muerte de sus líderes. Varios de sus miembros fueron capturados y ejecutados en los meses siguientes, pero sus panfletos continuaron circulando. Uno de ellos llegó a la resistencia británica, que decidió imprimir millas de copias y lanzarlas desde el aire sobre Alemania. Su mensaje trascendió la muerte y llegó a manos de quienes aún podían luchar.
Hoy, Hans y Sophie Scholl son reco
No tuvieron un ejército. No portaban armas. Pero sus palabras sobrevivieron al régimen que intentaron silenciarlas.